Una comunidad con tan solo 274 habitantes, carentes de la mayoría de los servicios básicos, pese a estar ubicada sobre uno de los yacimientos petrolíferos más importantes de la región.
Édgar Escamilla
Coatzintla, Ver.- Mayor inversión y beneficios para los propietarios de las tierras donde compañías petroleras trabajen para la extracción del oro negro, fue uno de los estandartes utilizados para lograr la aprobación de la Reforma Energética; por primera vez en muchos años, los ejidatarios obtendrían un beneficio de la riqueza bajo sus pies, pero quienes habitan las comunidades ubicadas en las áreas licitadas por la Secretaría de Energía desconocen esos textos y se encuentran a merced de las compañías que se disputarán los yacimientos. Se encuentran en la misma situación que en el siglo XIX.
La historia de la industria petrolera se remonta a los años 1868, cuando Adolfo Autrey comienza a trabajar en las pozas de brea. Para 1900, Percy Furber y Arthur C. Payne fundan la compañía petrolera “The Oil Fields of Mexico Company” y dan paso a la perforación de los grandes pozos que dieron fama a la “Faja de Oro”.
Perdida entre potreros, tierras de cultivo y muy pocos remanentes de aquellas selvas que cubrían la región, se encuentra la comunidad rural de Furberos, Coatzintla; nombrada así en honor al fundador de la “The Oil Fields of Mexico Company”, siendo además un sello distintivo de su pasado ligado a la industria petrolera.
Tiene una población de 274 habitantes, de acuerdo con el último censo; más mujeres que hombres de conforme a la clasificación por género, y casi la mitad de ellos, 127, son menores de edad. Está integrada por escasas 64 viviendas, la mayoría cuenta con pisos de tierra y se trata de casas de una sola habitación, en la que cohabitan hijos, padres y abuelos, así como animales domésticos y de granja.
Aunque los mayores hablan fluidamente el totonaco, los más jóvenes han perdido ese apego por la lengua materna, aunque cuentan con un jardín de niños bilingüe.
La mayor parte de la población cuenta con energía eléctrica, pero siguen utilizando letrinas; Pemex les construyó estufas ahorradoras de leña, llamadas Lorena, a cambio del petróleo extraído de las entrañas de la tierra. No hay computadoras y pocos llegan a contar con una lavadora en casa, pero si televisores. Impensable encontrar señal celular, aunque si cuentan con una caseta de telefonía satelital.
Hasta hace no más de cinco años, trasladarse a la comunidad era a través de un camino de terracería. Petróleos Mexicanos (Pemex) realizó el asfaltado de la carretera a razón de que es utilizada frecuentemente por los camiones que transportan los equipos de perforación y de mantenimiento a pozos.
Así como ven pasar aquellos camiones con exceso de dimensiones, que en más de una ocasión han estado a punto de generar una tragedia, así han visto pasar los años y auges de la industria, sin que se note un reflejo en su calidad de vida.
Sus jóvenes en cuanto tienen oportunidad emigran a otras latitudes en busca de mejores oportunidades de vida. Ven como centenares de personas son transportadas a los diferentes pozos ubicados a inmediaciones, pero no hay trabajo para ellos.
Quienes se quedan aguantando estoicamente en la comunidad, deben trabajar en jornales en el campo, de sol a sol, sin prestaciones médicas o vacaciones, a cambio de 100 o 120 pesos diarios.
En sus espaldas deben llevar las bombas aspersoras para fumigar los cultivos de aquellos que cuentan con la fortuna de ser propietarios de parcelas. Para poder ellos sembrar, deben rentarlas por periodos de seis meses, y sus cosechas les alcanzan únicamente para el consumo familiar, pocas veces da para vender y obtener un ingreso.
“No hay trabajo en la industria, para meterse a una compañía se requieren estudios, contar con documentos y no todos lo tienen”, relata don Ricardo García Villanueva, subagente municipal.
Lleva en sus hombros la responsabilidad de representar a Furberos, la tierra del oro negro, pero apenas sabe leer y escribir; eso basta para ser reconocido por los suyos cuando se cuenta con una gran calidad moral
Es originario de la comunidad de Manuel María Contreras, también perteneciente al municipio de Coatzintla. Llegó a Furberos hace apenas 32 años, pero aquí hizo una familia. “En el tiempo que yo llegue estaba muy abandonado, todo era monte, las casas eran todas de palma, con el paso de los años se creó la clínica en Melchor Ocampo; no hace mucho nos construyeron la casa de salud en la comunidad, casi al mismo tiempo que asfaltaron la carretera”, recuerda.
Indígena totonaco, de piel de bronce, curtida por el sol. Las arrugas en el rostro y sus manos reflejan el esfuerzo realizado por décadas para lograr el fruto de la tierra, solo el que crece sobre la superficie; el que se encuentra bajo ella, está probado que no les pertenece.
Dos de sus hijos se han ido de la comunidad. De uno de ellos, hace dos años que no lo ha visto, pero reza al cielo porque se encuentre bien y cuente con un buen empleo.
Es la autoridad de la comunidad, junto al comisariado ejidal, pero hasta el momento nadie se ha preocupado por informarle acerca de la Reforma Energética, “aquella que le ha de beneficiar” con empleo y hasta el pago de una renta, de encontrarse petróleo bajo su terrenito.
A finales del año pasado, recuerda que llegaron unos ingenieros, no sabe si de Pemex o alguna compañía extranjera, lo que si sabe, es que llegaron preguntándole por los viejos pozos, aquellos que quedaron abandonados el siglo pasado. “Me dijeron que estamos sobre una gran bolsa de petróleo”, comenta.
Desconoce los textos de la Reforma, lo mismo si le traerá algún beneficio o le perjudicará. Tal vez eso no le importa; como líder de la comunidad, sabe que los suyos tienen muchas necesidades, como mejorar las condiciones en que se encuentran las escuelas y eso es lo prioritario. Durante las lluvias pasadas, los escurrimientos anegaron los salones de la primaria.
Desde este punto salía la maquinita Cobos – Furbero, transportando los barriles de petróleo hasta el puerto de Tuxpan. La misma vía que dio origen al bulevar Adolfo Ruiz Cortines, la principal vialidad de la ciudad de Poza Rica.
La pequeña locomotora es exhibida en la glorieta ubicada a la altura de la avenida Palmas, sobre dicho bulevar, pero a lo largo de la vía, desaparecieron totalmente los rieles por donde circulaba.
Entre los despojos de algunas viejas casonas, aparecen unas largas vigas de acero; los rieles de aquella famosa vía. Oxidadas en un rincón, han sido testigos del paso del tiempo, en espera de un progreso que no ha llegado, y que de acuerdo con especialistas de Fundar, no llegará a las comunidades mexicanas donde se explotarán los yacimientos maduros.