Testimonios del personal de enfermería en medio de la atención a la pandemia.
Édgar Escamilla
Luego de seis horas de estar sola en el módulo Covid, por fin es momento del relevo. La enfermera encuentra a su compañera angustiada y estresada, sus ojos se imperceptibles a través de los goggles empañados. Ella lleva tan solo unos minutos recibiendo el servicio, pero ya se siente asfixiada; para colmo, los médicos siquiera se acerca a ver a los pacientes, está ahí sola, junto a personas que se aferran a seguir respirando.
MAR
Cuando me avisaron que tenía que entrar a guardias en el módulo Covid, lo primero que hice fue adquirir mi propio equipo de protección personal (EPP) porque en el hospital no te dan overol, y las gafas y caretas son de muy mala calidad.
Son seis horas que el personal esta en el área, ese día ingresé a las 20:30 horas y salí hasta las 02:30; las seis horas más largas de mi vida.
El primer día que regrese a laborar después de mis vacaciones me dieron la indicación de entrar, me sentí nerviosa y con temor, así que avisé a mi esposo que estaría incomunicada. No metí celular ni lapiceros, ningun objeto personal.
Mis compañeras me orientaron de como me colocaría mi EPP y como lo retiraría, me acompañaron a pedir el kit que dan en el hospital para complementar con lo que yo compre; paso a paso me fueron orientando, mientras mi corazón latía rápido y mi manos se volvían torpes.
Salieron del vestidor y me quede sola. Cerré los ojos, suspiré y pedí a Dios que me protegiera.
Mi compañera no me reconoció, su voz era de alivio porque ya iba a salir. Sus goggles estaban completamente empañados -no entiendo como podía ver-, el clima era insuficiente, ya tenia calor y acababa de entrar.
Le recibí el servicio, todo un ritual explicándome pequeños detalles que en el desempeño diario no son tan importantes, pero en Covid evitan que puedas contaminarte. Después la ayudé a que se retirara el EPP y pudiera salir del área.
Fue entonces que quedé sola con los pacientes, en las seis horas que estuve ni un médico se fue asomar y pensé *** nos dejan solas a las Enfermeras y andan de revoltosos.
Cuide de mis pacientes, estaban estables, dentro de su gravedad solo dormían y pensé en sus familias y deseando que se recuperaran pronto. Ambos con presentaban probabilidad de complicarse por ser diabéticos, así que hice todo lo prescrito, platique con ellos… a uno le di un pequeño masaje pues decía que le dolía mucho la espalda.
Al inicio -debo ser sincera- no quería ni tocarlos por temor, luego se me paso. No se cuántas veces cambie mi tercer par de guantes, no se cuántas veces use gel, al grado de que hasta lavaba los lapiceros.
Pasaban los minutos y se me hacían una eternidad, era un calor insoportable, sentía como el sudor escurría por mi espalda. A las cuatro horas me sentí angustiada, que ya no podía mas estar adentro, quería salir, estaba ansiosa; quería quitarme todo pero yo solita me tranquilizaba.
En dos ocaciones una compañera fue y nos comunicábamos con ayuda de una pizarra: yo le escribí algunas dudas, ¡que frustrante era solo verla a travez de la puerta de cristal! Mis pacientes seguían durmiendo, confiando en que yo seguiría cuidando de ellos.
Descubrí que al agacharme salía el aire retenido en mi overol y ¡eso se sentía rico! Las últimas dos horas se me hicieron eternas.
A las dos de la mañana deliraba pensando en el virus, me picaba la nariz, la cara, sentía que ya me dolía mi oreja. Quería mover un poco mi N95 pero me aguante, solo me acordaba de mis hijos y los imaginé durmiendo tranquilos, eso me calmaba.
Sin embargo, mi pánico seguía aumentando al notar que mi compañera no llegaba, pensé que estaría todo el turno ahí dentro y me puse a chillar… ¡ya no aguantaba!, así que toqué fuerte la puerta para que el vigilante me viera. Por fortuna mi compañera ya se estaba colocando su kit, así que sentí un gran alivio.
Mi compañera entró únicamente con el EPP con le proporcionó el hospital y pensé ¡gracias a Dios yo tengo para poder adquirir el overol y unos goggles adecuado para que no se empañen!, pero mis compañeras se exponen demasiado y eso los jefes ni siquiera le dan importancia.
Cuando por fin salí fue nuevamente todo un ritual para retirar, el equipo. Salí como loquita del área y dejé a mi compañera sola. Después fue otro ritual para salir de vestidor covid, todo se quedo ahí. Tuve que salir solo con una bata encima porque no había uniformes, no obstante sentí alivio de salir, no importaba como estaba vestida.
El siguiente ritual fue para bañarme y ya ponerme mi uniforme. Temprano mi jefa me preguntó si entré al módulo y que qué se sentía estar ahí adentro. En mi pensamiento se la menté: sentí que preguntó en forma de burla.
Finalmente era momento de volver a casa, así que comencé a desinfectar todos mis objetos personales y salir sin uniforme. Al llegar a casa me di otro baño, ¡hasta cloro le puse al agua! y rompí en llanto. Por fin vi a mis niños y los abrace. Ese mismo día nos dieron la noticia que un compañero estaba grave en otro hospital de Poza Rica.
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