(o los premios de corcholata)
Carlos Loya
La Directora de Orquesta Alondra de la Parra, recibió el pasado 4 de diciembre el reconocimiento como Mujer del Año por lo que ella misma definió como “Su ímpetu para lograr sus sueños».
De la Parra ha dirigido más de 100 Orquestas en todo el mundo, entre ellas las más prestigiosas. Es una mexicana que se ha vuelto internacional y que lleva la música de México a las salas de concierto de todo el mundo.
La medalla fue entregada por el Patronato Nacional de La Mujer del Año, el cual distingue anualmente a una mexicana que trabaja activamente en la realización de obras de trascendencia social. Rosario Castellanos, Ana María Cetto, Rosario Green y Olga Sánchez Cordero son solo algunas de las grandes mujeres que recibieron la medalla a la Mujer del Año desde 1960.
Cuando pienso en mujeres trascendentes en la cultura del país, pienso en Antonieta Rivas Mercado, Rosario Castellanos, Guillermina Bravo, Nahui Ollin, Lola Álvarez Bravo, la naturalizada Remedios Varo, la italiana Tina Modotti, Guillermina Bravo, Gloria Contreras, Elisa Carrillo, en fin, la lista es interminable. Todas ellas, a pesar de desenvolverse en disciplinas muy diversas, tienen en común rasgos que hacen de ellas mujeres icónicas en la historia: pasión, entrega, transgresión, y sobre todo, disciplina, congruencia, constancia, dedicación y mucha preparación.
En el ámbito cultural, como en cualquier otro, el éxito llega después de una vida de trabajo en el oficio creativo, la disciplina termina siendo el ingrediente principal, por encima del talento.
El éxito en el trabajo artístico cultural, no es una bala perdida. Podemos pasar por un asiento en una oficina durante tres años por conocer al “preciso”, o por el pago de un favor, o porque ya nos toca, o hasta porque no había otro “gallo”, pero, sin un proyecto establecido y desarrollado desde la mesa de trabajo, que se convierta en medible sobre resultados reales y datos duros, no solo sobre” guayabázos” de los “cuates”, notas pagadas y aplausos al ser nombrados en actos públicos, seremos quien calentó el lugar en una cadena de nombres que nadie recuerda, como decía Neruda “¡Es tan corto el amor y tan largo el olvido!…”
Alguna vez un autonombrado artista y promotor cultural, preguntó a que me refería exactamente con resultados medibles, mi respuesta fue muy simple; para considerarte un artista o un creador, requieres estar sumergido en por lo menos uno de los tres ejes del proceso artístico, la ejecución artística, la docencia y el proceso creativo o de investigación. La escena profesional, el aula a nivel técnico formativo y la creación aplicada y concluida en un producto tangible, son los elementos del artista, punto.
Sentarnos en el cafetín, o en la oficina “Chabacana” a hacer lluvia de ideas con los cuates y un “six”, o acabarnos las reservas de café negro y cigarritos en reuniones que no concretan producto alguno, no entra en ninguno de estos tres ejes del proceso artístico. Es la aplicación de un proyecto integral a corto y mediano plazo, que logre sacudir el tejido social y sacarlo del letargo televisivo, de redes sociales y de la recreación local carnavalesca de contenidos fáciles lo que marca una gestión como exitosa o repetitiva.
Lo que quiero decir es que el gestor cultural debe ser el vehículo que facilite la comunicación de la Cultura y las Artes a la sociedad en su conjunto, y de ninguna manera será el sujeto que hace eventos basados en gustos o conocimientos propios, eventos que comúnmente resultan una reunión de amigos con intereses en común donde hay más personas arriba del escenario que en el público, sin que esto importe a nadie.
Son estos puntos, que a menudo se pasan por alto nuestros “Aristos” culturales, lo que nos impide dar el salto y salir de la repetición recreativa en que nos encontramos en Poza Rica.
Volviendo al reconocimiento de Alondra de la Parra, recordé que en mi paso por el medio cultural municipal, allá por el 2012, me enteré que se entregó el premio local a la mujer que más había influido en la cultura pozarricense durante ese año. Ya que fue un amigo quien la nominó y emitió cual encuesta del NAIM al menos tres votos a su favor, le pregunté en que proyecto o resultado se basaron para definir a la ganadora, su respuesta fue contundente: “No se me vino nadie más a la mente, ¡Además es mi comadre y la quiero un chin…!
No sé si aún se entrega este reconocimiento, lo que si sé, es que estas prácticas que son imitaciones tropicalizadas de lo que sucede en otras ciudades, resultan eventos que parecen más una noche de carnaval que una entrega de reconocimientos. Mientras sigamos en esta autocomplacencia del amiguismo y el compadrazgo, y no en la exigencia de proyectos medibles, continuos y comparables con los que han sido exitosos en la ciudad y fuera de ella, difícilmente produciremos “Elisas Carrillo” o “Alondras de la Parra”.