Alicia De los Ríos Merino, alias Susana, militante comunista, está desaparecida desde enero de 1978. Su hija sospecha que es una de las víctimas mexicanas que fueron arrojadas al mar desde aviones durante la llamada “guerra sucia”, un método también usado en Argentina, Uruguay y Chile. Nunca dejó de buscarla, en una investigación personal que incluye evidencia documental, una causa penal, búsqueda de testigos y organizaciones de derechos humanos y auxilio de médiums y chamanes. La cronista Marcela Turati registra los detalles de esa búsqueda —tan individual y colectiva, tan latinoamericana— para tratar de entender hasta dónde es capaz de llegar una hija para conocer el destino de su madre. Esta crónica se trabajó en el Laboratorio de No Ficción Creativa*.
Por: Marcela Turati
En el recorrido por la playa, un militar de uniforme color crema, tipo camuflaje del desierto, aparece de la nada y corta el paso. Estaba escondido detrás de un letrero azul en el que se adivina la palabra “STOP”; es un retén perdido entre carpas con camastros en los que se ofrecen masajes con aceite de coco, junto a hileras de palapas donde los viajeros se dan tremendas comilonas hasta que atardece.
El letrero-sombrilla tras el que se oculta el soldado, que alguna vez tuvo dibujos, ahora velados por el sol como fotografías sobreexpuestas, advierte con un inglés incorrecto:
PROHIBIDO PASAR
CAMPO MILITAR N-27-F
NO TRASPASSING
MILITARY FIELD
Unos pasos adelante se encuentra la Base Aérea Militar No. 7 de Pie de la Cuesta, en el municipio de Acapulco.
Desde ese punto clausurado al tránsito poco se alcanza a ver del cuartel: una fila de altas y frondosas palmeras que sobresalen entre construcciones blancas, chatas, sin imaginación arquitectónica; la más alta es un rectángulo de dos pisos. No se distingue la pista, ni la torre de control o el almacén de combustible. Solo algunos derruidos puestos de control cubiertos con techos de lámina, desde donde los soldados deberían cuidar que turistas despistados, o acaso peligrosos narcotraficantes, no ingresen a las instalaciones.
Esa vista es la menos conocida de la base militar. La imagen más famosa es la entrada principal, sobre la Avenida Fuerza Aérea, que tiene como atractivo dos avionetas de guerra antiguas, a las que pintaron fauces de tiburón, las hélices como nariz, colocadas en posición de levantar el vuelo. Una placa conmemorativa rinde honores a quienes pilotearon esas naves. A unos pasos, detrás de la custodiada barrera vehicular, soldados de guardia vigilan a la gente que se acerca a tomarse selfies. Cuidan que no se aproximen demasiado. A su espalda se puede observar un tramo de la pista aérea.
El siglo pasado, esa vía pavimentada que se extiende a lo largo de la costa era el aeropuerto oficial de Acapulco, cuando el puerto vivía sus años de esplendor. Ese aeródromo fue protagonista de aterrizajes de naves que transportaban a presidentes y secretarios de estado, magnates, turistas millonarios, y divas y galanes de Hollywood y de la época de oro del cine mexicano, quienes tras pisar tierra viajaban otros doce escarpados y solitarios kilómetros hasta llegar a la glamurosa bahía donde la noche siempre era joven.
Entre el repertorio de artistas famosos que los cronistas de la farándula recuerdan están Cary Grant, Frank Sinatra, Bette Davis, Rita Hayworth, John Wayne, Orson Welles y el atlético Johnny Weissmüller, mejor conocido por su papel de Tarzán.
En 1984, cuando el puerto ya había pasado de moda y el aeródromo pertenecía al Ejército mexicano, Pie de la Cuesta todavía atrajo a Sylvester Stallone.
Pero el actor no vino a tostarse los inflados músculos en la playa o a medir sus fuerzas contra las bravas olas del Pacífico. Vino a filmar una película de la saga de Rambo —la 2—, aquella en la que el gobierno de Estados Unidos lo envía a la selva de Vietnam con una misión patriótica: rescatar a prisioneros políticos del campo militar donde eran retenidos tras finalizar la guerra.
La base aérea de Pie de la Cuesta fue el escenario donde se llevó a cabo la epopeya, de la que el veterano combatiente salió triunfante.
Los lugareños todavía recuerdan las hazañas del hombre de hierro. Pero padecen amnesia cuando se les pregunta sobre los aviones cargados con presos políticos reales que en 1979, cinco años antes de que se filmara aquella película, llegaron aquí encapuchados, inmovilizados, torturados. No eran gringos. No combatían al comunismo. Eran mexicanos, algunos muy jóvenes. Aquí fueron torturados de nuevo. Y sobre la pista de la Base Aérea Militar No. 7 de Pie de la Cuesta, sus rastros se perdieron.