Desde su cuarto de hotel, Alicia De los Ríos Merino escudriña curiosa el Google Earth a partir de donde comienza la Avenida Fuerza Aérea. Localiza la entrada en la que ella misma posó junto a las avionetas decorativas para conseguir una foto, sin llamar la atención, de las instalaciones que tenía detrás. Agranda la imagen, la mira desde distintos ángulos para ubicar lo que, como historiadora, sabe bien que ocurrió detrás de esa custodiada fortaleza.
Trata de cuadrar los trazos arquitectónicos con la información que leyó en aquel expediente que contenía fotografías en blanco y negro, y un croquis que 20 años atrás dibujaron exmilitares a los que pidieron recrear las atrocidades que se cometían en el lugar a fines de los 70.
La historiadora intenta distinguir desde la computadora cuál sería el bungalow donde operaba la Brigada Blanca, aquel escuadrón criminal formado por integrantes de la Policía Militar y policías estatales que por todo el país cazaban a jóvenes guerrilleros con ideas comunistas y a disidentes políticos. A quienes detenían los interrogaban a punta de sádicas torturas en prisiones clandestinas. A algunos los mataban. No devolvían los cuerpos a sus familias; en castigo, los desaparecían.
“Esta es la entrada vieja… aquí llegaban dos automóviles, una Brasilia y una Van, se escuchaba la radio, hacían la batiseñal con el cambio de luces, les bajaban la cadena y los dejaban pasar… Entraban personas de cabello largo, vestidos de civiles, una tal Carona y La Tripa, que no eran de la Policía Militar…”.
Alicia tiene calcados en la memoria los relatos de horror contenidos en aquel expediente. Conforme los reconoce, va diciendo en voz alta lo que ocurría en esos lugares:
-[Los militares Mario Arturo] Acosta Chaparro en funciones [de director general] de Policía y Tránsito en Acapulco y [Francisco] Quirós Hermosillo al frente de la Policía Militar eran los que mandaban… los autos llegaban a estos edificios con estas palmeras, entre piedras y cemento, en la parte de mampostería está el bungalow… No creo que aún encontremos el camino que está en el croquis y que llevaba al bungalow, que era un galerón con baños… Aquí hacía vigilancia la gente de Quirós, aunque los soldados del batallón —no sé si para salvarse— luego declararon que ellos no veían, que no sabían lo que ahí pasaba…. Al bungalow los llevaban [a los detenidos], super cerca de la torre de control… Aquí pintan que este era el lugar de ejecución… casi inmediata…”.
El relato se hace más lento, porque le cala:
Los sentaban en una silla de metal. En la playa.
Los ponían de espaldas, de cara al mar. Siempre con los ojos tapados.
Sacaban la Uzi 9 milímetros, “la vengadora”, de Quirós Hermosillo.
Les disparaban.
El balazo iba rumbo al mar.
Siempre al mar.
Alicia sabe que lo siguiente era envolver el cráneo de las personas ejecutadas en bolsas de hule para contener la sangre y trasladar los cuerpos a la pista sin manchar el piso. Si caían gotas se formaban costras en el suelo que luego apestaban y los agentes tenían que limpiar con manguera.
“No sé si antes de asesinarlos habrán visto la puesta del sol”, se pregunta al notar ese astro naranja, grandote, redondo, intenso, que al atardecer se traviste con tonos rojo sangre y rosa mexicano, y que tanto presumen los lugareños.
En la pista aérea esperaba el avión Arava de fabricación israelí diseñado para transportar carga ligera y permitir el paracaidismo desde el cielo. Las puertas de los costados se abrían hacia arriba.
Subían costales que escondían cuerpos atados a piedras. En las bitácoras castrenses registraban la carga como “los paquetes”. A las dos o tres de la madrugada el Arava alzaba el vuelo rumbo a mar adentro, lejos de la costa, donde arrojaba a las personas al mar.
Se calcula que el gobierno mexicano desapareció en los llamados “vuelos de la muerte” a no menos de 143 personas.
Algunas todavía estaban vivas, desmayadas.
Alicia está aquí porque sospecha que uno de los “paquetes” con los que despegó el avión la noche del 8 de junio de 1978 llevaba a su madre, Alicia De los Ríos Merino.