*
En cuanto te mira, Alicia, la mujer comienza a llorar sin consuelo. Te dice que no son lágrimas suyas, que son de tu mamá, a quien no ve, no escucha, pero la siente. Te dice que la noche anterior, cuando recibió tu Whatsapp avisando que estabas en Acapulco, proponiendo verla, la invadió la tristeza. Que el llanto de tu mamá se le impone como energía rebelde que la habita, como ese mar que se azota contra la arena.
Laura, la mujer curandera, o médium, o chamana, no sabes cómo llamarla, te hace preguntas que tu jefita quiere saber: si aún vive su mamá, la primera Alicia de la familia, y si tiene nietos. Piensas en el Niko y el Sebas. Laura sigue disculpándose, entre sorprendida, apenada y asustada, porque dice que esto que ves nunca le había pasado. Nunca había sentido así a alguien más.
“Esas lágrimas son de que ella ya se va a despedir porque ella necesita descansar, dice que todos estos años ella te ha estado abrazando, lo que dice es que se necesita llenar todo el mar de flores blancas porque no es la única. Hay hombres, hay mujeres ahí, sus almas están y ya todos quieren descansar”, te dice.
La escuchas. No te da tiempo de contarle sobre tu madre. Laura tiene necesidad de explicar que anoche, cuando estaba junto al refrigerador, tu jefita le dictó mensajes y que primero no entendió que tenía que tomar apuntes, hasta que se dio cuenta de que era un imperativo.
Ella ya te lee en voz alta lo que, con prisa, escribió en el celular, lo que pudo captar de lo que tu mamá le dijo; te pierdes tramos que, entre los azotes que se da el mar detrás tuyo, no logras escuchar:
“Querida hija, te estaba esperando, quería decirte que siempre te quiero y te llevo en mi corazón, estoy orgullosa de ti porque para mí es importante… Yo sabía que algún día vendrías, solo te estaba esperando al mirarte en todo este tiempo donde yo desaparecí… Me voy tranquila porque sé que tú me entiendes lo que luché y que tú sigues luchando como si fuera yo, te quiero y para mí era importante que tú vinieras a despedirte para que yo descanse, mi alma necesita descansar… Yo sé que tú seguirás luchando por mí para que se sepa la verdad, para que se visibilice mi muerte que es la muerte de muchos que estamos aquí… Sigue luchando para que sepan que, un balazo, ¿balazo? [miras cómo se asombra], no, perdón, no sé por qué escribí balazo [Laura se disculpa], los que morimos fue para poner un México donde todos coman, donde todos participen, donde todos vivan dignamente… Gracias, hija, por estar aquí, te amo, te quiero, siempre te llevaré en mi corazón… Yo solamente te mando estos mensajes en estas tierras, en esta mar que me puso alambres de otras mujeres… [otra vez Laura se detiene, desconcertada] ¿alambres?, no, no sé por qué escribí alambres, me equivoqué… llenen el mar de flores blancas, es para nuestra alma y una partecita que significa la liberación de mi alma, del alma de mis compañeras, que significa descanso de nuestra alma y la paz de nuestro país, que reconozca la dignidad de morir luchando por la paz, luchando por la dignidad del pueblo mexicano…”.
Te desconciertan algunas palabras como “democracia”. De lo que conoces a tu mamá, no crees que a fines de los 70 ese fuera el ideal de su lucha y de su organización, pero sigues escuchando. Te desconcentró oír “alambre” y “balazos”, pero recuerdas lo que dijo don Valente sobre los martirizados que estarían enterrados en ese mar. Muertos a balazos.
Tú estás desconcertada, a ratos te ríes por dentro. Te acuerdas de Whoopi Goldberg en la película de Ghost y te sientes extraña, ridícula, no sabes si creerle a esta mujer que quiere que junto a ella consumes tu despedida.
En esta playa Laura se ve exótica. Contrasta con la gente en traje de baño, con la piel al sol. Ella con el pelo largo que le cubre la espalda, una tela atada en la cabeza a manera de turbante rojo, las pulseras, collares y colguijes armados con chaquiras y piedras marinas. Su vestido pesado de tehuana, largo, hasta la pantorrilla, con estambres rojos bordados, del que asoman encajes. Los huaraches de piel tipo danzante prehispánico. El labial corrido por tanto llanto. Pero de inmediato espantas las dudas y piensas: “He hecho muchas otras cosas, estoy aquí, por qué no voy a hacer esto y tomarlo en serio”.
Ya decidiste entregarte a la experiencia y confiar en ella, así que dibujas en la arena, como te pide Laura, un círculo que representa el signo de la paz. Colocas las flores blancas que compraste en el mercado y las láminas escolares con los colores patrios que encontraste a falta de bandera. Batallas prendiendo las veladoras, cuyas llamas no quieren quedarse quietas bajo la brisa rápida.
Repites las palabras de Laura (“lleno todo el mar con estas flores blancas que significan la paz para las almas”), sientes más ese dolor que cargas en el pecho, lo sientes pesado (“te reconozco como mi mamá, agradezco todas las enseñanzas que he tenido en esta búsqueda”), comienzas a llorar desde un sitio profundo (“bendigo todo lo que me has dado pero ahora te entrego todo lo tuyo, con mucho respeto y humildad, porque yo seguiré mi camino”), no quieres pronunciarlo, porque no quieres despedirte de ella, pero repites (“traigo estas flores blancas para que descanses”), te peleas contigo, no quieres soltar a tu mamá, pero las palabras que estás repitiendo son de despedida y vas sintiendo tristeza (“estoy honrando tu lucha que has venido haciendo por todo el pueblo mexicano, por un camino de alegría, de dignidad”).
Laura te pide que te despidas.
“¿Y si no me quiero despedir de ella?”, contestas, aferrándote a tu mamá.
Ha llegado el momento de arrojar las flores blancas a las olas y lo haces con todas tus fuerzas, el mar en su vaivén las regresa, las avientas de nuevo, pero te las devuelve, te las lleva a los pies, y vuelves a intentar soltarlas, pero ellas insisten en regresar. Ya mejor tomas los pétalos blancos en la mano y los aprietas.
“¿Quieres decirle alguna otra palabra?”, te pregunta Laura.
“Sí”. Y con una voz que se te quiebra al salir, agregas: “¡La amo!”.
Las olas bailan al compás de las sonajas de cascabeles que Laura agita mientras va terminando la oración.
Esa noche sentirás mucha paz. Notarás que la angustia y el peso que tenías se te quitó del corazón. Afuera el mar estremecido se descalabra. Pero no lo escucharás. Te quedarás dormida. Con una paz que no habías sentido.
*
“Viajé hasta Pie de la Cuesta, en Guerrero, para encontrarte. Contemplo el mar que probablemente te arropó y advierto una tormenta: eres tú. Por ti llenaría el océano de flores blancas. Necia, digna e insurrecta, en ninguna circunstancia pudieron arrancarte tu esencia y continúas dejando recados para tu búsqueda. Confío en que estamos próximas a conocer lo que te sucedió. Seguiremos. Sin titubeos lo lograremos. Que mi amor te honre siempre, jefita”.
(Carta inédita de junio de 2023).
*
**Ilustración de Portada (Arte): Hugo Horita
* www.adondevanlosdesaparecidos.org es un sitio de investigación y memoria sobre las lógicas de la desaparición en México. Este material puede ser libremente reproducido, siempre y cuando se respete el crédito de la persona autora y de A dónde van los desaparecidos (@DesaparecerEnMx).
* Esta crónica se trabajó en el Laboratorio de No Ficción Creativa llevado adelante por la Revista Anfibia, el Doctorado de Escritura en Español de la Universidad de Houston y la Maestría en Periodismo Narrativo de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam) entre septiembre de 2022 y mayo de 2023. https://www.revistaanfibia.com/los-vuelos-de-alicia/