Entre periodistas
Andrés A. Solis*
Muchas veces hemos hecho referencia a la terrible situación que enfrentamos quienes hacemos periodismo en México, sobre los altos niveles de vulnerabilidad y la facilidad con la que podemos ser víctimas de agresiones.
He platicado también sobre el riesgo que representa ser mujer y periodista, porque eleva los niveles de riesgo y aunque sean menos las agresiones letales contra mujeres periodistas, la realidad es que la cantidad de agresiones y violencia en razón de género es muy alta, de acuerdo con informes que ha elaborado desde hace varios años la agencia Comunicación e Información de la Mujer (CIMAC).
Sin embargo hemos invisibilizado a un sector que enfrenta estas condiciones de riesgo por su labor periodística y por su condición de ser mujeres.
Y lo peor es que además de invisibilizarles, las hemos violentado y discriminado porque además de ser mujeres periodistas y comunicadoras, son indígenas o afrodescendientes.
No son pocas, pero tampoco hay un registro. Sabemos que las han agredido, pero no sabemos cuántas veces ni en dónde ni cómo ni mucho menos llevamos ese registro detallado de quiénes son sus agresores, pero sabemos que son en su mayoría hombres con cierto nivel de poder y autoridad.
Las mujeres indígenas y afrodescendientes hacen periodismo y comunicación comunitaria en las peores condiciones. Desde medios muy pequeños, casi siempre sin salarios ni mucho menos prestaciones ni respaldo laboral.
Trabajan en zonas de alta marginación y de altísimo riesgo, a merced de autoridades machistas y bajo esquemas sociales patriarcales y violentos.
Estas mujeres son profesionales, se han capacitado y han aprendido a tejer redes de colaboración y a veces de Autoprotección de acuerdo más a sus instintos que a un entrenamiento formal en seguridad.
Algunas de ellas aún deben pedir permiso a sus padres o parejas masculinas para dejar las labores impuestas por su condición de mujeres, para dedicarse a hacer periodismo y comunicación, a sabiendas de que serán objeto de críticas y descalificaciones, porque además de ser mujeres, son indígenas, afrodescendientes, pobres, sin respaldo estatal ni institucional.
Tuve la oportunidad de dar un taller para un grupo de 60 colegas, mujeres indígenas y afrodescendientes que hacen periodismo y comunicación y hablamos de periodismo de datos entre iguales y reflexionamos lo difícil que es hacer periodismo profesional en sus zonas, pero no es imposible.
Por eso y en aras de abonar a su protección es que debemos abrirles espacios en los medios, en todos los medios públicos y privados, porque eso también ha sido parte de las formas de violencia hacia este grupo de colegas.
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PD. En medio del caos, no nos hemos detenido a revisar el alto grado de vulnerabilidad que enfrentan medios y periodistas en Bolivia. Ante el vacío de autoridad, quienes toman partido podrían convertirse en la peor amenaza de la prensa, independientemente de la cobertura que estén dando a los hechos recientes.
* Periodista. Autor del «Manual de Autoprotección para Periodistas» y de la «Guía de Buenas Prácticas para la Cobertura Informativa sobre Violencia”.